Dios en la Tierra: Sinópsis


Dios en la Tierra: Sinopsis



Sinopsis: En un apartado pueblecito, la gente se encierra en su odio recalcitrante negándose a escuchar razones y menos a intentar el diálogo con cualquier enviado gobiernista. Su obstinación es total: antes la muerte que transigir. Ninguna ayuda darán a las autoridades, a las tropas ni a los moderados, sintiéndose convencidos de estar acatando los deseos de Dios, transformado por ellos, en su cerrazón e ignorancia, en una divinidad implacable, aterradora y sorda a la misericordia.

Los soldados míseros, inexpertos e ignorantes, tienen la difícil tarea de perseguir a los fanáticos cuyo odio ubicuo se hace presente a cada instante. En cuanto llegan a cualquier población, las puertas se les cierran, nadie les da o vende alimentos ni les proporciona agua; asimismo, ninguno les dirige la palabra y los más audaces se atreven a disparar sus carabinas contra aquellas cansadas tropas que cuando claman por comida reciben por toda respuesta el "grito como un aullido de lobo perseguido, de fiera rabiosamente triste: ¡Viva Cristo Rey!"

Los oficiales ordenan proseguir la marcha a través de campos quemados intencionalmente para que el ejército federal no encuentre descanso, ni abrigo, ni aliento ni semilla".

Ni agua quieren dar los rencorosos pobladores a esos soldados sedientos, porque, según la gente, eran enemigos de Dios.

Cuando entren al pueblo, sus habitantes se encerrarán en las casas, sin dar la cara. La sed tortura a la tropa, cuyo jefe, el teniente Medina, obtiene la promesa del maestro del pueblo para darles de beber. Aquel confía en que la cumplirá y lleva a sus hombres hasta un aguaje.

En efecto, el maestro los conduce al agua; pero al grito de "¡Viva Cristo Rey!, el pueblo en masa, enfurecido y profiriendo alaridos, se apodera del maestro, lo rodea aturdiéndolo con maldiciones, llamándolo traidor porque dio agua a los "federales". Aquella masa informe, poseída de odio, empala al desdichado maestro y lo deja convertido en un trágico espantapájaros balanceándose al viento "que ya corría llevando la voz profunda, ciclópea, de Dios, que había pasado por la Tierra".

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